Corría el s.XV, eran tiempos sombríos de noches eternas y
frías, como aquella en la que un importante caballero Checo, conocido como
Emáus, canceló su boda porque creía que, su prometida, no le quería y le había
sido infiel. Después de que ella, desconsolada, se lanzase desde el puente Carlos IV al Río Moldava, él, se dio cuenta de
su error y también hizo lo propio. Cuenta una antigua leyenda Checa que, en
Praga, todavía puede percibirse la emoción de aquel encuentro…
Es imposible no convertirse en un niño y creer que, la
magia, es uno de los sentimientos más reales y emotivos. Es imposible no creer
en aquella leyenda lejana de Amor eterno…
Pues así llegamos a Praga, disfrazados de niños,
convulsionados por la emoción que produce llevar zapatos nuevos, entusiasmados
como si de nuestro primer viaje o aventura se tratara. No es de extrañar que,
esta regresión a lo más inocente de la niñez, se produzca en el mismo instante
en que empiezas a pasear por esas laberínticas y majestuosas calles empedradas,
o al escuchar la música que fluye de los rincones más inéditos… o cuando las
papilas nasales y gustativas se convierten en agitados receptores de nuevos
olores y sabores que mantienen en excitada alerta a cada célula de tu cuerpo.
Es el momento de la conexión total con nuestro Eje Hipotálamo-Hipofisario, es
ese instante en el que, el Cerebro, corre más ávido de nuevas experiencias que
de moléculas de Glucosa que le darían la energía suficiente para seguir con su
trabajo.
Aunque es ya bastante conocido, este Síndrome rafelia, o
adicción crónica a nuevos conocimientos, no reporta preocupación alguna, aunque
no tenga remedio!!!
Así es, Praga lo tiene todo. Es colosal pero sin perder una
pizca de encanto en cada escondido rincón; es alegre, tiene Vida, música,
cultura y más música; es vibrante y moderna, pero posee lugares románticos y
con todo el carácter que resultarán únicos. Pero Praga es la suma de su
historia (cargada de luces y sombras) y de las emociones que transmite. Praga
te acoge con esa cierta dejadez melancólica dulcemente desdeñosa que también es
posible encontrar en otras ciudades de lenguas Eslavas.
Los edificios de estilo soviético se entremezclan con los
modernistas del barrio Judío… es inevitable no pensar en Kafka o Meyrink,
describiendo todos los personajes que por aquí han pululado a lo largo de los
tiempos, sus calles viejas, el ambiente claustrofóbico de El Getho, los niños
sucios jugando con la chatarra, los avaros escondidos en las viejas tiendas
polvorientas o en las puertas de las sinagogas…
De esta forma continuamos disfrutando de esta apasionante
ciudad, como dos niños, sin la certeza de saber si, quien nos mira, cree
reconocer en nosotros, aquel Amor eterno del caballero Emárus y su amada,
como así nos asegura nuestro querido amigo checo Michal (a quien va dedicada
esta entrada)… pero eso es otra historia…